16 décembre 2012

Prémière péripétie du récit en espagnol.

Nos élèves viennent de terminer la rédaction de la prémière péripetie de notre récit, celle qui se passe en Espagne. Ils l'ont fait à leur classe de literature avec leur professeure Fe Hinojosa. Ils ont travaillé d'une façon colaborative et ils ont compté avec les impressions que ses partenaires de la France, la Pologne et L'Italie leurs ont envoyées. Ils ont écrit en espagnol d'abord et maintenant ils voient comment traduire avec leurs profs de français. Ils ont eu des très bonnes idées et beaucuop d'imagination.
Au cours de la semaine prochaine, la version en français sera publiée sur ce blog.  


"  No fue fácil el viaje. Los muchachos sintieron un vértigo intenso y una sacudida en sus cabezas que duró algo más que unos segundos.
   Pero tenían claro cuál era su misión y estaban dispuestos a llevarla a cabo a pesar de los riesgos que encerraba y los peligros con los que se podían encontrar.



   Cuando abrieron los ojos se encontraron delante del portal de la casa de la que María les había hablado y Arthur estaba con el dedo tocando el timbre. Antes de que pudiera reaccionar y darse cuenta de lo que estaba haciendo, se vio ya con una señora que había abierto:
- ¿Qué deseas muchacho? – le preguntó
- Pues…
- ¿Qué os pasa? ¿Queréis entrar y ver la casa? No es hora de visitas, ya han terminado, pero si queréis os puedo dejar pasar. Esta vieja casa se nutre de muchachos como vosotros, hace que su viejo dueño permanezca vivo en la memoria.
-        ¿Vive aquí una chica que se llama María?
-        No, aquí no es pero yo soy su madre. ¿Sois sus amigos de Briére?
-        Sí, hemos venido a buscar a María y a Anna.
-        Bien, yo soy la madre de María, pero aquí no es. Esta es la casa natal de nuestro poeta más famoso.
-        !Ah, si...!, ¿cómo era el nombre de su dueño? Es que lo hemos olvidado
-        ¡Ay, los estudiantes…! ¡Rafael! ¡Rafael Alberti, poeta de la Generación del 27! Nació aquí en esta ciudad, y como a vosotros no le gustaba ir al colegio. Prefería el aire del mar y de las arboledas. Desgraciadamente quedan pocas ya. ¡Anda, venga, entrad ya mientras yo termino el trabajo y cierro. Luego os llevaré con María y Anna, se van a llevar una gran sorpresa.
Los muchachos entraron a un patio soleado donde había una habitación contigua y unas escaleras. Pasaron a la habitación y allí se encontraron con dibujos, pinturas, fotografías y estantes con libros. Todos pertenecían al poeta.
De pronto, vieron que de uno de ellos  salía una especie de luz y se acercaron. Era el libro La arboleda perdida, y Antón empezó a leer:
  “En la ciudad gaditana de El Puerto de Santa María, a la derecha de un camino, bordeado de chumberas, que caminaba hasta salir al mar,(…) había un melancólico lugar de retamas blanca y amarillas llamado la Arboleda Perdida”
De repente, la habitación se oscureció y del libro salió una voz que continuó la lectura.  Era la voz del poeta…
“Todo allí era un recuerdo: los pájaros rondando alrededor de los árboles; el viento, trajinando de una retama a otra, pidiendo copas verdes y altas para agitarlas y sentirse sonoro. Todo allí sonaba a pasado, a viejo bosque sucedido. Hasta la luz caía como una memoria de la luz, en aquella arboleda perdida de mi sangre"





Terminada la lectura, el poeta les habló:
-Id a la arboleda perdida de mi infancia. Buscad entre las retamas. Allí encontraréis lo que buscáis. Aquello es un paraíso lleno de sol y vida. Si estáis atentos veréis camaleones, igual que los veía yo. Pero tenéis que ser más sigilosos que ellos, que son unos expertos en el camuflaje.
Se apagó la voz y la habitación recobró su luz original. Ya tenían una pista. Un camino que seguir. Estaban contentos y animados.
La señora apareció por la habitación y les dijo que ya era hora de cerrar. Se sentían cansados y hambrientos. ¿Dónde estaría ese lugar?
-Señora, ¿dónde podemos encontrar un lugar llamado “la arboleda perdida”?
- Ah! ¡Ya estáis interesados, ¿no? Pues venid conmigo, mi hija María que estudia cerca de allí, os llevará. Ahora está con su amiga italiana que ha venido a verla. Venid, seguidme. Yo vivo muy cerca de aquí. Este es mi trabajo, me encargo de cuidar la casa natal del  poeta, ahora es una Fundación.
  Era una mujer joven, amable, acostumbrada a tratar con jóvenes. Tenía la simpatía y la cordialidad que caracterizaba a los pueblos del sur. Se reía muy fácilmente, incluso de las cosas que ella misma decía, para luego, poder reírse. Durante el trayecto a su casa, no paró de hablar. Preguntó sin discreción cómo habían venido, qué curso estudiaban, por qué estaban sin sus padres… Incluso por qué vestían tan abrigados con el calor que hacía, que allí todo el mundo llevaba ropa más “ligerita”.
Arthur, que era más tímido, no supo qué contestar y se quedó callado, pero Antón salió muy bien del paso diciéndole que estaban allí realizando un proyecto, gracias a una beca de investigación, y que María les había dicho por facebook que podían quedarse en su casa.
La mujer asintió y les dijo que no había nada más que hablar, se quedarían allí y María los acompañaría en lo que les hiciera falta.
Una vez que llegaron al domicilio, la señora dio un grito desde la puerta y la llamó:
-Maríííía… ¡Ven! Mira con quién vengo. Son los chicos que conociste en Francia que han venido a la Fundación esta mañana y se van a quedar con nosotras unos días, mientras realizan un trabajo de, no sé qué, que están haciendo.
María bajó las escaleras y detrás venía su amiga, Anna. Cuando se vieron los chicos no podían creerlo. Pero si eran ellos, sus amigos, Arthur, de Francia y Antón, de Polonia, que por fin venían a velas.
 Arthur les habló a las chicas de la necesidad de encontrar algún camaleón, sin revelarles aún el secreto de su misión. Anna, que, aunque no era de allí, conocía muy bien el lugar pues venía casi todos los veranos a ver a su amiga, les dijo que eso sería muy difícil ya que la ciudad había cambiado mucho y casi todo el camino que lleva al mar ya no es de pinos y retamas sino de calles, casa y edificios. Incluso habían construido un centro comercial y ahora los jóvenes se divierten más en el comercial que en el sendero de pinos que llevaba al mar y que, de forma tan acertada, recibía el nombre de “Camino de los enamorados”.
Se le notaba a la muchacha un alma sensible a la belleza. Era amante de la lectura y en sus ratos libres le gustaba escribir. También era aficionada a coleccionar  piedras preciosas, le atraían por su color y por el enigma que encierran al ser conocedoras del corazón de la Tierra. En Anna, que era natural de Sicilia, no podía pasar desapercibida la fuerza y los misterios del volcán que guarda su isla.
María, en cambio, era una joven audaz y atrevida. Le gustaba la naturaleza y la aventura. Era curiosa de la gente, de sus costumbres, de su forma de vida y tenía una enorme facilidad para comunicarse con los demás. Pronto hizo que los jóvenes se sintieran como en casa.Les enseñó la vivienda y les dijo donde podían dormir. Les habló de sus amigos, del grupo ecológico al que pertenecía, de sus inquietudes y motivaciones. Con alegría, les dijo que mañana irían a ese lugar que buscaban e intentarían encontrar algún camaleón y que, si no lo encontraban allí, irían a los Toruños, otro lugar de esta ciudad, que se había convertido en un espacio natural protegido. El hombre poco a poco tomaba conciencia de su poder de destrucción de la naturaleza y por eso tenía que reservar algún espacio y protegerlo de sí mismo.
Athur y Antón estaban ya tan cansados y hambrientos que oían a María como un lejano “bla-bla-bla…bla bla bla…” Y pensaban, pero, en esta casa ¿cuándo se come? De acuerdo, seremos sus huéspedes pero son ya las tres de la tarde. Somos unos héroes pero seguimos teniendo una enorme necesidad de comer. ¡Qué tarde comen los españoles!
Y por fin, la voz de María-madre:
-Niños, ¡a comer!
Bajaron las escaleras y se dirigieron a un fresco patio con flores. Es cierto que hacía calor. La madre de María había preparado una mesa abundante, con jamón, gazpacho, croquetas, tortilla de patatas… Eran alimentos refrescantes que ellos no solían tomar pues venían de países más fríos. Mientras comían, la madre de María se echaba aire con un abanico y les insistía constantemente en que comieran y lo probaran todo, que estaba muy bueno. Arthur y Anton se dieron cuenta de que tenían que decir cuatro o cinco veces que no querían  algo para que sus anfitriones dejaran de insistir. Formaba parte de la costumbre, del mismo modo que comer tan tarde o dormir la siesta.
Cuando comieron se fueron a su habitación a descansar. La hora de la siesta era tan silenciosa como la noche. Si se hablaba era muy bajito. Así se acercó María a decirles que por la tarde irían con sus amigos al castillito, que es como denominaban la gente de la ciudad al castillo de San Marcos, antigua mezquita árabe, donde dicen se apareció la virgen y un rey cristiano le compuso unas cantigas en alabanza.


Conocieron a los amigos de María y Anna. Eran alegres, les gustaba la fiesta, solían hablar muy alto y reían por todo. Uno de ellos propuso entrar en los jardines del castillo y así lo hicieron. Estuvieron hasta bien entrada la madrugada reunidos allí. Arthur y María se apartaron un poco del grupo y pasearon por los alrededores. Compartían el mismo interés por la naturaleza y la misma preocupación por su devastación. En un momento, Arthur estuvo a punto de revelarle a la muchacha el motivo de su estancia allí, cuál era su misión. No hizo falta, pues entre las ruinas de piedras apareció el cofre del que le habló el viejo sabio. Era una caja de mimbre, adornada con conchas marinas, pequeñas ramas secas y unas extrañas bolas de fibra vegetal. El muchacho se sorprendió tanto, que la muchacha comprendió enseguida que aquello encerraba algún misterio que ella no iba a dejar escapar. Fue así como Arthur le habló de la enfermedad de su pariente, de la extraña epidemia, del viejo sabio-herborista, del secreto del elixir, capaz de detener esa enfermedad y del viaje que habían emprendido para encontrar los ingredientes.
Decididamente María y su amiga no se iban a quedar atrás, juntos lo lograrían. Mañana mismo se ponían en acción. No podían perder ni un solo instante. Cogieron el cofre y se fueron para la casa. Con el cofre entre las manos sentían  los latidos de la naturaleza y aunque, eran agónicos y débiles, con su ayuda podrían salvarla. La naturaleza seguía siendo un misterio y en ella misma estaba su salvación. Solo necesita de jóvenes deseosos de conseguirlo.
Muy temprano salieron al día siguiente los cuatro amigos. Se dirigieron en primer lugar al mar por ese camino de árboles y retamas que hablaba el poeta, pero por allí solo vieron calles asfaltadas, coches circulando por ellas, edificios construidos o en nueva construcción. Un paisaje de grúas, camiones y ruidos que nada tenía que ver con lo que era antes. María les contó que los camaleones, casi todos, perecieron atropellados por los coches. Eran animales que andaban muy lentamente y al cruzar un camino, convertido en carretera, pasaba un coche y los mataba. Su madre le dijo que los últimos que ella había visto estaban siempre aplastados por un coche. Y no recordaba ya, cuando fue el último que vio vivo.




Llegaron al lugar. Hoy era solo un pequeño parque cercado donde habían instalado toboganes y columpios para niños. Unos pocos pinos recordaban la arboleda que fue en su día y aún quedaban algunas retamas de flores blancas y amarillas que perfumaban el aire.  Pero por más que buscaron, las retamas estaban vacías de sus antiguos inquilinos.







-Tendremos que ir a Los Toruños – dijo María – Ese es un espacio protegido. Allí puede que lo encontremos.
¡Qué lugar tan hermoso: las marismas, el pinar, la desembocadura del río en una playa virgen, las dunas y las lagunas! Anna comentó que la primera vez que estuvo en ese lugar vio flamencos en las salinas. El sol resaltaba los colores del paisaje, el cielo de un azul intenso, el verde de los pinos, el amarillo de la arena, la variedad de las flores. Todo ello, junto con los sonidos del viento, del mar, los pájaros… ¡Allí lo iban a encontrar!


En el centro de recursos ambientales que había en la zona, pudieron alquilar unas bicicletas para recorrer el parque. Hablaron con los responsables de la reserva para saber si ellos habían visto camaleones por allí y el guía les dijo que aunque intentaban preservar ese medio natural, era muy difícil, pues ya era un poco tarde y algunas especies estaban en peligro de extinción, como el camaleón estaba ahora protegido por la ley, y que se multaba a las personas que los capturaban. Pero incluso así, todavía hay personas que no respetan la naturaleza y tiran latas, plásticos… Estaban cansados de recoger basura en el parque. Los chicos decidieron ayudarles limpiando la playa con los responsables del parque.
Ninguno de los jóvenes había visto en verdad un camaleón, solo lo conocían por los libros. Sabían de sus ojos abultados que miraban en todas direcciones, su cola rizada, su lengua ágil para cazar moscas,  y sobre todo cómo cambian de color para despistar a sus perseguidores. Pero nunca habían visto uno.
Antes de despedirse, el guarda en agradecimiento les ofreció un pequeño olivo que había surgido espontáneamente de un hueso de aceituna y que él había sembrado en una maceta.
Anna dijo que sí lo querían y que lo plantarían como símbolo de la misión que iban a llevar a cabo. Lo recogerían al devolver las bicicletas. La muchacha sintió la necesidad de contar sus sensaciones y dejarlas impresas en la memoria para siempre. Esa misma noche las escribiría en un cuaderno a modo de diario.




Pasaron el día recorriendo las marismas, descansaron al sol, en silencio, observando las retamas y los árboles. Oyeron el viento y el mar, pero también el griterío de escolares, que acompañados de sus profesores, eran llevados en un trenecito a contemplar lo que es una reserva ecológica.
Caída la tarde, el lugar era aún más hermoso teñido de los colores  del ocaso y costaba trabajo irse de allí. Sobre todo si nuevamente sientes que fracasas en la misión. Un halo de escepticismo y tristeza invadió a los muchachos. María se acercó a Arthur.  Sabía cómo se sentía.  No había esperanza, la civilización lo arrasa todo. Poco a poco tendremos que acostumbrarnos a vivir sin las cosas bellas del mundo. Intentó consolar a su amigo diciéndole estas cosas pero la reacción de Arthur fue inesperada:

-                   ¡No, María, no!. No es eso, entiéndelo. Esto no es cosa de espacios protegidos, ni de estilos de vida, no es una moda de lo ecológico, para unos cuantos locos. Es al revés, hay que darle la vuelta a las cosas y empezar a comprender que no es la naturaleza una parte de la civilización y del hombre sino que es el hombre una parte de la naturaleza y hasta que no lo entendamos así seguiremos perdidos en busca de la felicidad.

María comprendió que el problema era más grave y también más complicada la solución. Había que volver a los orígenes, cambiar la mentalidad y la conciencia de los hombres. Es cierto, la vieja Europa enferma debe tomar ese elixir que la transforme y le haga recuperar su verdadera humanidad perdida en la civilización.


-                   Lo entiendo, Arthur, no te desanimes. Somos jóvenes y lucharemos para conseguirlo. El futuro es nuestro y no nos dejaremos vencer.

Se acercó a él y le cogió una mano. Vio cómo Arthur  le correspondía apretando fuertemente esa mano que ella le ofrecía.



-      !Ya sé otro camino! -dijo de repente María- Volvamos al punto de partida: el  Non Plus Ultra.
-                   ¿Qué quieres decir?- preguntó Arthur
-                   !Sí, en lo que has dicho está la clave!  Los hombres han atravesado los límites del conocimiento y se han sentido dueños del mundo ¿Dónde estaban esos límites, según los antiguos griegos y romanos?
-                   No sé - respondió, el joven.
-                   Pues, las columnas de Hércules, en el estrecho de Gibraltar, los límites del mundo conocido, la última frontera para los antiguos navegantes del Mediterráneo. Traspasado el estrecho, se abría un lugar desconocido lleno de temores. Si el hombre no ha usado bien el conocimiento y la ciencia, es allí donde quizá se encuentre la salvación. Mañana iremos a las ruinas romanas de Bolonia y antes, como insistió Anna, dejarían plantado el pequeño olivo en el parque del poeta, en la arboleda perdida. Hablaría con Ana de su conversación con Arthur . La había visto escribir en un diario y le pareció buena  idea la de dejar testimonio de todo lo vivido por el momento y de lo que, estaba segura, aún les reservaba  el destino.



La claridad empezaba a ceñirse sobre la oscura negrura de la noche. Poco a poco, la luna iba dando paso al sol. Arthur, sentado en el alféizar de la ventana, observaba impaciente el pequeño cofre en el que deberían meter todos los ingredientes.
 -Saliva de camaleón, por supuesto, ! como eso está por todas partes …!-dijo en voz baja, con un deje irónico en su amarga voz
  Miró hacia la ventana, mientras escuchaba el ritmo cambiante de la respiración de Antón. Necesitaba salir, e ir en busca de ese dichoso camaleón, no podía quedarse a esperar. Se levantó y se dirigió a paso ligero hacia Anton.
 -!Eh, Anton, despierta! -Antón se revolvió en su cama- !Vamos, vamos, tenemos que irnos!
 -Diez minutos más -respondió Antón, con su voz ronca por el sueño.
 -No, venga, tenemos que irnos ya.
  Antón se incorporó poco a poco, para evitar marearse. Arthur se sonrió ante la visión del rostro dormido de Antón.
 -¿Qué pasa? -dijo María, que acababa de entrar por la puerta.
  Tras ella apareció Anna, restregando sus grandes ojos castaños, y bostezando. Ambas tenían un aspecto algo cómico.
 -No puedo esperar más, María  -dijo Arthur, contestando a la pregunta que aún no había sido realizada, pero que todos tenían en mente- Quizás tenga una oportunidad de salvarla, pero no tenemos todo el tiempo del mundo. Las personas mueren, ¿sabes? Si no nos apresuramos, todo esto no habrá servido de nada.
 -Tranquilo, Arthur, no te preocupes. Deja que nos vistamos y salimos a seguir buscando -dijo Anton, relajando el ambiente.
 Media hora después, el sol alumbraba todo. Los cuatro jóvenes salieron por la puerta de atrás, intentando hacer el menor ruido. Fueron en busca del autobús más cercano, que les llevara a Bolonia.
 -Estoy segura de que os encantará -dijo María, con gran alegría en sus azules ojos.








  Arthur se animó un poco al ver el rostro feliz de la joven. Pero no podía borrar de su mente el desasosiego que sentía ante la idea de no llegar a tiempo. Antón observaba el paisaje, que iba cambiando poco a poco. Pequeñas casas y campos pasaban ante sus ojos hasta que se abrió a su vista el mar, que en su tierra era tan extraño de tener cerca. Era un paisaje inaudito. Ninguno de ellos podía imaginar un lugar como aquél. De fondo, el mar, con unas aguas limpias y cristalinas. Desde la playa, perfectamente, podían ver África, pues la separaban 14 Kilómetros nada más. El teléfono móvil de Anna le dio la bienvenida a Marruecos. A la derecha se divisaba el verde manto de las copas de los pinos y en su falda, una inmensa duna, gigantesca como una montaña, que adentraba sus pies en el mar.  Y desde la misma playa podías ver las columnas de un templo romano y sus estatuas. Como una premonición de que estaban en el sitio adecuado vieron pasar por el estrecho un grupo de delfines que iban al océano.

-                   ¿Cómo puede existir un lugar así? - dijo Antón, acostumbrado a la nieve de su país – Me siento grande, gigante, como Hércules. Está allí África, que casi la puedo tocar, yo estoy en Europa. A mis espaldas, como testigo mudo del tiempo, las ruinas romanas y este sol, que calienta, y estos árboles que cortan el azul del cielo y esa duna, inmensa, que el viento la mueve y parece que está viva. Y además no hay nadie. La playa está sin urbanizar.
-                   Es que su acceso ya has visto que no es fácil. Venga, vamos a bañarnos en el mar – le sugirió Anna.

No lo dudaron, rápidamente se desvistieron y se metieron en esas aguas transparentes, en las que se podían ver los peces. Estaba muy fría y las olas eran grandes y espumosas. Se sintieron libres. El sabor salado del mar, lo pequeños que eran, allí metidos en esa mole de agua viva, que se agitaba con las olas. Nadaron y jugaron desprovistos de preocupaciones. Volvieron a sentirse como niños pequeños.




  Ya pasaba el medio día, y las tripas de los jóvenes comenzaban a rugir. Aún no se habían acostumbrado al horario de España. Ellos nunca comían tan tarde. El rugido de Arthur sonó sobre todos los demás, provocando las risas entre ellos.
 -Que conste que ha sido mi estómago -dijo apurado.
  Esta afirmación provocó una boba sonrisa en María, que se había quedado mirando a Arthur, sin poder pensar en otra cosa. Sus ojos eran tan profundos como el mar, y con una luz tan brillante como las estrellas. Era tan...
 -Tierra llamando a María, ¿me recibes? -le dijo Anna, sacándola de sus ensoñaciones.
 -Eh, ¿qué? -dijo María, sintiendo como se le sonrojaban las mejillas.
 -¿Trajiste comida? -pregunto Anna, con una sonrisa cómplice
 -¡Ah, sí! Un momento -contestó, girándose para rebuscar en su pequeña maleta verde- ¡Aquí están! -dijo alegremente.
  Repartió una pequeña fiambrera a cada uno, con tapaderas de varios colores, cuyo interior había una masa de un tono marrón dorado. Al abrir la fiambrera y olerlo, Arthur soltó un gritito de placer.
  -¡Qué bien huele! -dijo maravillado mientras lo cogía para probarlo- Hum... ¿qué es?
  -Se llama filete empanado. Ayer mi madre dejó algunos preparados para hoy, y antes de salir, decidí coger unos cuantos.

  El silencio cubrió a los cuatro jóvenes mientras disfrutaban de su comida. De vez en cuando, María miraba a Arthur, y si  él se daba cuenta, María se volvía, nuevamente sonrojada.

  Horas más tarde, el sol ya empezaba a caer. Estaban dando un paseo por la orilla de la playa, mientras María les contaba antiguas historias de cuando era pequeña, e iba con su familia a esa playa donde jugaba en el agua hasta el crepúsculo.
 -Comíamos bocatas de tortillas...
 -¿Y filetes empanados? -la interrumpió Anton
 -Sí, filetes también -contestó María encantada ante la idea de que a Antón le hubiera gustado tanto la comida que había preparado su madre.

Mientras que iban paseando, la mirada de Anna se dirigió a una piedra, donde había algo tallado. La chica  se quedó inmóvil, alarmando a los demás.
 -¿Qué ocurre? -preguntó María preocupada.
 -¡Venid! ¡Creo que he encontrado algo! -dijo Anna



  La roca estaba desgastada y mohosa. A pesar de ello, las letras se podían leer perfectamente. Con precisión y firmeza, alguien había escrito en ella:

                        Queridos viajeros:

            Duro ha sido el viaje, y duro seguirá siendo , pero no debéis mirar atrás, pues todo tiene una recompensa. Habréis de pasar por muchos más lugares, y viviréis aventuras
            insospechables, mas ahora solo os digo que, en el punto más alto, encontraréis el
            corazón de Bolonia, y con él, vuestro propósito aquí. Y recordad: todo se puede lograr siempre que se pueda soñar.

                                                                       Se despide atentamente:

                                                                                              Un humilde servidor



-¿Qué querrá decir con “el punto más alto”? -dijo María aturdida

  Anna comenzó a mirar a su alrededor. El punto más alto. El corazón de Bolonia. Nuestro propósito... Tenía muy claro que con lo de su propósito se refería al camaleón, y con lo de punto más alto, pues, lógicamente, a un lugar elevado, seguramente, la duna. Pero, ¿el corazón de Bolonia? No entendía esa parte. Siguió mirando a su alrededor. ¿El anfiteatro?  ¿El museo? Su mirada se dirigió, sin pensar, hacia las dunas, y levantando las manos, comenzó a correr, gritando:
  -¡Seguidme chicos, ya sé donde es!
  Y salió corriendo en dirección a la montaña de arena. Los pies quemaban y eso hacía que corrieran más deprisa. A la vez se resbalaban hacia abajo, como si estuvieras subiendo unas escaleras mecánicas en sentido contrario. Se rieron mucho los cuatro con esta sensación.



   Al fin, fue Antón el primero en alcanzar la cima y se sentó a esperar a sus compañeros. Quiso gastarle una broma a Anna haciendo como si la empujara  para que rodara por la arena hacia abajo pero él mismo se encargó de sujetarla para que no cayera. Ambos se rieron de la broma.
  Tras esa divertida subida, al fin habían llegado a la cima. Antón se sentó cerca de Anna, observando el paisaje que ahora los rodeaba. Aunque la luz empezaba a oscurecerse, el paisaje brillaba con luz propia. Rodeado por montañas y el mar, que brillaba majestuoso ante él, Anton decidió que no podría morir sin antes volver a aquel lugar. Arthur no fue capaz de sentarse, ni de contemplar el paisaje. Miraba para un lado y para el otro, sin ser capaz de encontrar nada. Una cueva, un árbol, cualquier cosa. Nada, no había nada.
   La noche ya había caído sobre la  fría playa de Bolonia. María había hecho amago de marchar, pero Arthur se había negado. “Por favor, María -había dicho- esto es muy importante para todos, no podemos irnos así, con las manos vacías. Por favor, ten esperanza, no te desanimes. Pero el frío empezaba a hacerle tiritar y sus dientes castañeaban.
 -¿Tienes frío? -le preguntó Arthur.
 -Sí-dijo María a media voz.

  Los brazos de Arthur se colocaron al instante alrededor del cuerpo de María, quien empezaba a notar cómo sus mejillas empezaban a arder. Agradeció la oscuridad de la noche que le impedía a Arthur ver su cara. Decidió no moverse, quedarse así, en esa posición, entre sus brazos, era una oferta del destino que no pensaba rechazar.
   Pasaron dos horas más. El frío seguía torturando a los jóvenes, pero no podían dejarse vencer. De repente, tras unas retamas, se oyó un sonido, y las ramas comenzaron a moverse. Los cuatro se levantaron al mismo tiempo, en un gesto casi cómico. De entre las retamas salió el rostro conocido del anciano herborista.
 -Veo que no os ha sido fácil llegar hasta aquí, pero me ha conmovido vuestro empeño, y vuestra lealtad. He aquí la última prueba. Tras de mí se abrirá una puerta, que os conducirá por un pasadizo hasta el corazón de Bolonia. Allí está el camaleón. !Buena suerte!

  Y tal y como había aparecido, el anciano se marchó. Los chicos avanzaron sin soltar palabra alguna. El interior del pasadizo era oscuro y húmedo. Las raíces coronaban el techo, soltando arena e insectos. En varias ocasiones, a Anna le caían insectos, provocando unos pequeños gritos de desagrado. A cada paso que daban se sumían más y más en la oscuridad.
  Ya avanzado un gran trecho, una luz empezó a brillar ante sus ojos. Comenzaron a correr, aliviados de poder ver. Llegaron a una gran estancia, donde las mismas raíces que antes los habían horrorizado ahora los maravillaban. La luz provenía del centro de la estancia, donde se encontraba un enorme ser verde, de ojos desorbitados, enormes, y de mirada triste. Su piel escamosa, su larga cola que se erguía recta, con un pequeño círculo en su extremo. Estaban ante el camaleón. De él  salían raíces y más raíces, que se conectaban con las paredes de la estancia. De algunas brotaban pequeñas flores, cuyos frutos no eran nada más ni nada menos que luz. Entonces  comprendieron:
 -El corazón de Bolonia -dijo Anna con voz amarga.
 -Dios mío -dijo María en un susurro- es enorme..
 -Sí, es enorme -dijo Anna, metiéndose la mano en el bolsillo- ¡Y va a morir! !Languidece! !Está exhausto, su corazón late lentamente!

  De su bolsillo sacó un pequeño frasco de cristal que le había dado el anciano, a las espaldas de los demás, cuando habían entrado en la cueva. Se acercó a él sin miedo. Cuando estuvo frente a él, lo miró a los ojos y el camaleón también la miró a ella. El animal abrió la boca y dejó caer un flujo de saliva. Fue algo mágico. Anna entendió al animal y  se apresuró a abrir el frasco  para que cayera dentro de él.




   Entonces, la luz del camaleón brilló más y más, dejándolos cegados. En el interior de sus mentes escucharon la voz del anciano, que les decía:

            “Habéis superado la última prueba. Habéis sido muy valientes, y también os habéis superado. Anna, has sido capaz de ver más allá de lo que nadie ha podido. Anton,Arthur, María no creáis que no os he estado observando. Habéis sido valientes al tener confianza en vuestro propósito y a la vez, leales a vosotros mismos. Hasta aquí ha llegado vuestra misión en España. Nos veremos pronto”

  La voz desapareció junto a la luz cegadora, y los jóvenes aparecieron en la cima de la duna. Empezaba a amanecer, y los primeros rayos del alba despuntaban rojizos sobre el mar. Anna miró su mano. En ella se encontraba un pequeño frasco de cristal, con un tapón de corcho, en cuyo interior se encontraba un líquido brillante y pegajoso que se apresuró a guardar en el cofre. Una sonrisa se dibujó en su cara.
 -¡Lo hemos conseguido! -gritó alzando la mano.

  Los demás la imitaron gritando de alegría, y alzando las manos al aire.¡Lo habían conseguido! Ya tenían el primer ingrediente del elixir guardado en el cofre. Y ahora, ¿qué? Todos lo tenían claro: ¡ A rodar por la duna!




   Caía ya la tarde, metieron todo bien guardado en las mochilas y se echaron a rodar. Daban vueltas hacia abajo pero se sentían envueltos en algo más que arena. Algo que iba adquiriendo velocidad, como una espiral envolvente que los arrastraba lejos.




Efectivamente, habían encontrado la forma de transportarse al siguiente país donde tenían que continuar la búsqueda de otro de los ingredientes del elixir."








4 commentaires:

  1. Quel travail! Bravo, les Espagnols! On attend la version francaise et on va continuer. Merci d'avoir publie le texte sur le blog.Les photos nous rappellent de bons moments en Espagne...

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    1. Merci Magda!!! J'espère que vous aimerez lire la version française la semaine prochaine.

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    2. Quoi dire? Votre travail est super et passionnant!
      Bravo à tous!
      Grosse bises!

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  2. Merci beaucoup Cristina!! Tant la prof comme les élèves ont beaucoup travaillé et ils se sont amusés à créer le chapitre et ça se vois donc.

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